La vida de en día
La escritura lírica es aquella donde habla solamente la vida de un autor. Su identificación con la poesía es herencia de la tradición europea y latinoamericana. Sin embargo, la dimensión poética no se encierra tan sólo en la escritura. Una cualquier figuración estética – de escultura, de arquitectura y pintura- es siempre un hecho poético. De nuestra parte, no anotamos una predilección para la poesía si bien le llevamos los mejores agradecimientos: en su impresión de librito, ha sido siempre polo de confrontación, de dialogo y de añoranza. Ella nos ha seguido donde y por donde hemos querido ir, dando sabor de vida a todo momento:
- De añoranza de afectos,
- De empuje humanístico,
- De impulso de rebelión,
- De horizontes de contemplación
- Y de orillas de Fe.
Sin embargo, por la relación entre «palabra y vida», que hemos subrayado en la definición del género lírico, la poesía es testimonio del tiempo, eterno y diario. Muertas las grandes catedrales – conjunto simbólico de las ciudades – han desaparecido también los poemas, las secuencias pictóricas y los inmensos espacios arquitectónicos; y toda poética ha evaluado principalmente lo discontinuo y lo precario. Precisamente como el cuadro, dimensión artística más común, es grandeza «chica», que puede estar en un living, en un comedor o en un corredor, así la escritura poética se ha ido fugando, en estos últimos tiempos, entre la refiguración en cuadro pictórico, lleno en todo su espacio (v.g.: Octavio Campero), y en grabado, que es incisión de figuras en espacio natural o en campo vacío (v.g.: Roberto Echazú). La imagen, con la cual podemos diferenciar a los dos es la de un canto con acompañamiento, en el primer caso, o de un canto sin acompañamiento en el otro.
La escritura breve (si bien larga) de la poesía ha conllevado a la ruptura con los cánones de versificación tradicionales. Allí los espacios naturalísticos, como los del grabado, se han cubierto de capas de silencio, que modulan un pensar del cual vemos en superficie los pensamientos flotantes. Tan solo este salvajismo de anuencias y de contraposiciones entre lo dicho y lo no dicho consigue el impulso lírico, dejando al descubierto laceraciones interiores o la añoranza de plenitud que se mueven, pero, en un «sin-terreno» existencial. Finalmente resultan gritos, suspiros o afirmaciones de pocas cosas, que prueban la ruptura epistemológica de la poética misma (no más anclada a una voluntad estética), que no pacta con una dimensión de destino y que es sobre todo desobediencia a la burocracia de lo cotidiano.
P. Pedro: escritor y poeta franciscano.
En el contexto de la lírica moderna, Padre Pedro es poeta, que no va contra-corriente. Sin embargo las características de sus condiciones de vida y de trabajo lo han encaminado hacia senderos diferentes; senderos, que han sido y son de redención en lo que respeta la conexión entre existencia y proyecciones de vida. Así lo definimos poeta franciscano no por su biografía institucional sino por ser «voz» de la tradición literaria, surgida de la misma orden. Por esto, él se coloca en una temática religiosa, que encierra siempre una lectura de orígenes y de eternidad. Allí, optimismo y esperanza son paradigmas de complementariedad de oposiciones como: tierra/ cielo; sufrimiento/ esperanza; dolor/ paz; oscuridad/ luz. Y lo que resulta es la desaparición del «espacio vacío», que se hace terreno interlineado por la Fe.
Además, antes de la escritura lírica, hubo en Padre Pedro una primera vez en la que decidió ser escritor de textos de amplias tramas y en perspectivas de conjunto de acciones. Allí, espacio y tiempo son presentados en profundidad y en amplitud de problemática. Por lo tanto, es escritor, que hurga raíces y futuro en la historia de su pueblo, de santuarios y de vidas humanas. En estos, el referente a la catedral se mantiene válido (más válidamente podemos pensar en los templos de San Francisco de La Paz, de Potosí o de Sucre). El estudio monográfico sobre Bermeo (Bermeo, 1986), su pueblo natal en país vasco, es una monografía espectacular en cuanto a interpretación de vicisitudes de un territorio, de unas gentes y de una cultura, que es tierra y olas de mar; la guía devocional del Santuario mariano de Aránzazu (Bilbao, 1955) es sinfonía de Fe, que se plasma en visiones de paisajes, en interioridad espiritual y en contextos de vida conventual. Los temas propiamente franciscanos (Roma, 1955; Bilbao 1962; Aránzazu 1976) son la proclamación de ejemplaridades evangélicas, donde lo humano se hace altamente teológico.
Cada uno de estos escritos ha sido intercalado por la actividad poética de P. Pedro: «Vuelo inmóvil», Bilbao 1958; «De varón a hombre», Bilbao 1960; “Olatuak”, Bilbao 1980, y de “Bolivia a vista de corazón”, Cochabamba 1986. Se trata de cuatro libros, que marcan las estaciones alma. El primero es una sucesión de hechos y de situaciones risueñas, cantadas en sonetos, baladas y salmos. Allí, la dimensión lírica resulta ser un pensamiento tupido de imágenes, de situaciones, de contemplaciones místicas y de fiesta, articulado en métrica muy rigurosa: un prisma, lanzado en el universo, donde claridad, profundidad y altura se conocen por el titileo de sus preciosidades. De «Varón a hombre», es la etapa siguiente que esclarece sobre todo un panorama terrenal, que es en su esencia escritura sensitiva, prosaica, decidida en sus voluntades y, sin embargo, suspendida entre contrapuestos amores de sombra y de luz. «Olatuak», es el tercer poemario, escrito en vascuence, lengua materna del P. Pedro. Es el testimonio de la vuelta a los orígenes, donde los umbrales de la vida, que vino y que se hizo, relucen por los esplendores de los rostros queridos, de los afectos y de las cosas, que son realidad e imaginación del pasado para el futuro. El cuarto es: «Bolivia a vista de corazón». P. Pedro ha encontrado otra ribera de vida. La sorpresa de otras gentes, de otro país, de otras latitudes nos es devuelta con la magia de la palabra liberada del condicionante métrico. La contextura poética compendia reverberaciones de piedras preciosas, de cumbres de cielos, de mezclas de tierra con agua, donde el ser humano es tal por el amargo pan del cada día y por las sempiternas melodías indias.
La característica de poeta franciscano, que hemos atribuido a de Anasagasti, la encontramos en su visión de la vida, en su ternura hacia los seres (compañeros de nuestra existencia), en su palabra de lucha (clara y contundente) por la defensa de los débiles y en su dicha de agradecimiento para con las criaturas. En la tradición franciscana, él encontró las razones para escribir y desde la modernidad le sobrevino un sentir carnal y osado, donde la dimensión lírica es el murmullar de las aguas de un río, que corre desde orillas de destrucción a orillas de conservación.
La alegoría: Un trasfert del sentir en el decir.
La ambigüedad del hablar «en y de» palabras deriva de las palabras mismas. En esta perspectiva, el lenguaje tiene la fuerza de construir el mundo y de encerrarlo también en sus significados metalingüísticos, que se vuelven lecturas globales sobre aquel mundo. Los lenguajes son, así, apertura y clausura, que incrustan un sistema de valores. Los poetas son los que asumen el valor de la «palabra» en esa esclavitud y rompen las murallas de las fijaciones de sentidos. Posiblemente el culto, que damos a la belleza, no es derivado de las formas en sí sino de la fuerza por la cual aquellas formas nos hacen añorar más allá de lo dicho, pregonando un sentir, que es prioritario respecto al decir. Por esto la poesía lírica recurre con frecuencia a figuras alegóricas que son contextura de la nueva organización literaria y donde las piezas de uso común participan a la creación de otro sentido.
Lo «oculto», que hemos incluido en el título, se refiere precisamente a la conexión entre experiencia de vida y estructura lírica de la poesía. Con él quisimos indicar el subsuelo subjetivo del poeta, que si bien es realidad silenciosa, es presencia que motiva su escritura. El juego de planes, que la alegoría produce, es la explosión del «efecto de sentido» en la cadena de los signos lingüísticos para introducir figuras de experiencia (al caso:flores, firmamento, bosques, ríos), que el proceso de transfert transforma su sensación en situación verosímil.
La Antología poética se compone de una secuencia de poesías, que han sido seleccionadas por su mismo autor y que él nos las devuelve, ahora, en sucesión sincrónica en falsa perspectiva de tiempo. La verdad es la descalificación del pasado para ofrecer una síntesis de recuerdos, si bien subdivididos en etapas de vida. Lo que se toma en cuenta no es el desarrollo de la escritura lírica sino la evocación de experiencias en diferentes etapas del pasado, que por ser presentes en los días actuales, son percibidas como brotadas de una misma fuente. El título: «La vida por la herida», es clarificador en cuanto a la composición de las vertientes, que la originan. Los dos términos, que personalizan a la Antología, no son excluyentes sino enlazados en sucesión lógica, donde las imágenes resultan complementarias en su oposición: la herida, en cuanto lógica de destrucción, y la herida como posibilidad para otra situación. Lo que emerge, de este fondo de lucha, es la distinción entre carne y espíritu en su concepción bíblica.
El núcleo central, generador de significados, ocupa el tiempo de adhesión a la Fe. P. Pedro nos hace entender que ésta no fue intuición sino decisión y que ha sido tal a lo largo de toda su vida. La «herida» es perenne en su poesía como hecho sustantivo, que se diagrama dialécticamente con la Gracia. Ateniéndonos a una interpretación psicológica, diremos que su vida ha sido «proyecto», donde la herida se fue deshaciendo en las prácticas de vida. La métrica, severa y libre, ritma sobre todo las acciones litúrgicas que, celebradas en una choza o en grandes templos, marcan el tiempo sacral y, allí, las alegorías se visten de cumbres, de cielos, de estrellas, de lo precioso de los sentimientos o de momentos de ternura. El Titicaca resulta bello por la corona de sus cerros, por sus colores de luna llena y más porque las «truchas se abrazan en sus aguas».
La adhesión a la Fe no tiene, por lo tanto, ninguna connotación negativa hacia las realidades humanas. Lo que él indica como camino del hombre a Dios es trayectoria de perfección sapiencial, que es culto de lo ‘Bello’, de lo ‘Bueno’ y de lo ‘Armónico psicológico’, alcanzables a través de la disciplina ascética. En tal dimensión, la ascética no es obediencia a modales exteriores sino a virtudes sobre todo interiores. En ella accionan relaciones humanas, inteligencia de las cosas y capacidad de sorprenderse de lo nuevo, que es abertura a lo inagotable de nuestro mundo. Así la ascética es fruición, tensión y pasión. Finalmente es aplicación de un principio estético de interferencias múltiples: artes, espiritualidad, pensamiento y actitudes. El camino sacerdotal de P. Pedro, es, a su vez, resultado de este andar, que en cada una y en su sucesión de etapas prevé siempre hechos de perfección.
La Antología ha querido reflejar esta filosofía y comprensión de sí. Sus partes la subdividen en «Hallazgo», «Inmersión», «Herencia”, «Fascinación» y «Sosiego». Es la trayectoria lírica, que es canto de pasos terrenales. Cada uno de nosotros puede percibirla a condición de reconocer sus huellas, que son horizonte de acá y de más allá.
Tarija, 6 de julio de 1994.
Lorenzo Calzavarini