Centro Eclesial de Documentación

Humanismo y Teología popular en los paisajes navideños chapacos (Vivencias en la navidad de 1993)


Como sacerdote del convento de San Francisco, llegado de Cochabamba a Tarija en el mes de Noviembre, nos ha tocado la «obediencia» de vivir tantas Navidades cuantas son las comunidades rurales al santo de Asís. Se trata de 12 núcleos humanos, esparcidos en un radio de 70 kilómetros y en un territorio de configuraciones naturales bien distintas a entre ellas. Más que por los cerros, las diferencias están marcadas por el diverso correr de los ríos. Prácticamente los vados de agua, que se deben pasar en tiempo de lluvia, son 13 por las comunidades más alejadas, y 7 por las más cercanas. El rio Tolomosa es quien marca la división entre las zonas del Sur y las zonas del Norte. El rio Tolomosita, suave y andariego en su moverse entre piedras, no respeta siempre las previsiones de poder pasarlo o no por su conexión con la represa de San Jacinto, la importantísima reserva de agua, que, sin embargo, ha roto las relaciones entre los antiguos caminos de comunicación regional. Por su amplitud ha creado un clima húmedo, propicio a la agricultura. Alrededor de sus riberas están las denominaciones de Centro, Norte y de Oeste.


Aguas y tierra han forjado la imagen de fertilidad, que en estas tierras es la base de la interpretación cultural del mundo y de las acciones de los hombres. La denominación de tierra «chapaca» interpreta los dos aspectos y sobre todo ella es el resultado de la larga convivencia humana entre «pueblos» distintos, donde han sido mitigadas las irreverencias de otras latitudes del país. La seguridad de su espíritu irónico: Castigar costumbres «riendo de sí mismo sobre sí mismo». La tonada, la melodía de contrapunto, es su versión musical.. Canto y contra canto pican experiencias de amores, subterfugios, deseos y modales de comportamiento modulando sorpresas de lo cotidiano.


El periodo navideño es «momento fuerte» de la experiencia de Fe, personal y comunitaria. La memoria del misterio de la Encarnación de Dios en Jesús de Nazareth en vestidos de niño ofrece un contorno vivencial de ternura y de atención al débil. También el huésped, para que supere su no experiencia a las costumbres comunitarias está atendido con los mismos cuidados. Es lo que nos ha tocado vivir. Sin embargo, más, que por voluntad de querer, los éxitos se deben al contexto de “tecnología popular” que escenifica a través de los gestos y de las narraciones, las actitudes de integración. Los mecanismos psicosociales como refuerzo del control colectivo por lo cual es forzoso bailar y poner atención a las trenzadas. Allí los pasos son muy serios en su representación visiva y en su estrategia de acción para inducir el conseguimiento de los objetivos comunes y directos en la diversidad del andar de cada trenza. Los danzarines se vuelven actores de un destino común, donde la coherencia y la complementariedad hacen del baile el juego de todos; y donde las palabras, cantadas en estrofa y en estribillos, no son parte esencial de la melodía musical. Ellas son solo el suplemento de las intenciones interiores del andar de los pasos.


Los movimientos globales van a encontrarse después en la comida y bebida en común, donde la intencionalidad primera es la de ocupar la plaza (situada siempre frente a la capilla), que representa en aquel momento el espacio de los derechos de cada cual en cuanto ciudadano: Es el lugar de los encuentros generacionales. Todos salen de las limitaciones familiares para identificarse en su rol de hombre y de mujer, de padre y madre, y de ser joven, niño o anciano. Brota por lo tanto una línea de desobediencia a lo cotidiano, al que nos amarran las jerarquías naturales (relaciones de padres / hijos; hermanas / hermanos), para asumir identidades sociales en la construcción de un destino personal y comunitario.


La ubicación de la plaza, como lugar soleado y limpio de la vegetación baja y alta, recibe perspectiva de centro respecto al mundo circundante, fijando la siguiente estructura ideológica: Lo «salvaje» y lo «civilizado» son connotados al revés en cuanto a las oposiciones terminológicas tradicionales. El «salvaje» resulta ser el encerrado y condicionado por las normas; el «civilizado», al contrario, es quien desarrolla mecanismos de búsqueda de placer. Las misas de Adoración al Niñito, cronológicamente primer momento de la fiesta, se presentan ideológicamente como últimas; o bien por ser primeras y por no poder ser últimas, ellas son los acontecimientos siempre copresentes en el tiempo y en el pensamiento. Esta coordinación continúa, en cuanto fuerza que debe ser expresada y conservada, conlleva a una interpretación particular de lo «sacral» en la cultura popular. Se trata de los acontecimientos fundadores y colmados, donde Alfa es Omega y no es posible lo contrario. El positivismo de la teología popular se basa en la historia y no en la razón; y su vencimiento se da en el movimiento al revés, que es la dimensión de la «espera» bíblica. Allí las razones ocultas se manifiestan a fin de que el sexo, la ilusión, la honradez y la coherencia psicológica se equilibren en su contraparte de desobediencia y mantengan la claridad entre las oposiciones del propio comportamiento. Lo que sustenta la lógica abigarrada de las relaciones entre personas no es, por lo tanto, la búsqueda de explicaciones sino el recibirlas de los diferentes estamentos de la vida vegetal, animal y humana; y sobre todo, de las deducciones que se pueden hacer desde el ordenamiento del firmamento y del orbe terráqueo.


Por extraño que parezca, la lectura conflictiva de la vida está marcada en la coreografía del templo. Allí opera visiblemente el concepto de destino. La torre de Babel no es por lo tanto la incomprensión entre las lenguas sino el reconocerse en el bullicio de las pasiones y de las incoherencias interiores. Las Vírgenes, los rostros de los Santos, tantos y disimiles entre ellos, y los diferentes momentos de la vida de Jesús son las preguntas y, su vez, las respuestas: a lo contradictorio de la vida. Los atributos divinos son antropomorfizados y allí el destino de cada cual se hace interpretación paradigmática. ¿Quién construyó tales tristezas y tales alegrías, dándoles un tamaño de grandeza a nuestra similitud? Se sobreentiende que fueron los artistas, que tuvieron la capacidad de expresar el hiato entre el «ser» y el «deber» ‘ser’ de la condición humana; como decir: Ver la imagen de nosotros mismo en el espejo de los deseos, que llevamos.


En los atardeceres del día he vuelto a veces (por puro gusto personal) a remirar la fiesta, que ya no bailaba en la plaza y había bajado a los caseríos. El humo sobre los techos, las notas de la quena y el compás del bombo prolongaban los horizontes de las plantas y de los cerros. Sin embargo el más allá del cielo, plúmbeo y uniforme de la tarde que pregonaba lluvia, tenía sus raíces en el más acá terrestre. El gusto, que me daba, era tan sólo psicológico: Divisar en el silencio los personajes y los gestos, que fueron actores y acciones en la mañana. Ellos habían desaparecido; mientras que yo escuchaba el eco de sus músicos en las notas, que fueron del día. Los niños seguramente ya dormían entretanto que los grandes se esforzaban en prolongar la fiesta. Los faroles de un jeep, que venía en mi contra, pusieron luz en la semioscuridad y rompieron la añoranza de lo bello, que se dibujaba en las huellas recónditas de una estrella naciente. Volví al convento llevándome el firmamento entero y pensando que en un día podía ser eternidad y aquel momento, el siempre de la vida.


Tarija, convento San Francisco, 26 de enero de 1994.


Lorenzo Calzavarini