Todos Santos o del destino del más acá
Es siempre Guamán Poma de Ayala quien nos informa que el mes de Noviembre en el mundo andino era dedicado a los difuntos. Las acciones consistían en sacar sus cuerpos de las bóvedas, que los cobijaban, festejarlos con platos, licores, adornos para reponerlos después, procesionalmente, en los nichos con todo lo que necesitaban en su condición de vida de ultratumba. Sin embargo, ese retorno provocaba un otro inicio: los jóvenes y doncellas eran sometidos a los primeros ritos de introducción a la vida pública. Tal morir y renacer daba a la historia de los hombres la connotación de ciclos de eterno retorno. La vida volvía y seguía en las generaciones nuevas. No se puede esconder que el mismo Guamán Poma de Ayala fue influenciado en esta interpretación por la concepción bíblica. Sus eras incaicas son relatadas según el modelo de los Patriarcas del Antiguo Testamento. Y también la cristianización del continente está descrita como adhesión a representaciones esquemáticas, donde el único movimiento ha sido el volcarse del mundo, poniéndose al revés por la preponderancia manifiesta de vicios y por el sacrificio de las virtudes de su pueblo. La Evangelización procederá con las mismas representaciones, dándoles sin embargo otra intelectualización.
Así la fiesta de los difuntos, pasará de la categoría del ser del más acá a la del ser del más allá, recordando a los finados como habitantes de la morada del cielo. Con tal suplemento de significación se trastrocaba el culto, definido idolátrico. y en tal cambio de sentido, era suficiente la denominación de «almas» para asumir la nueva filosofía que separaba lo precario corporal de su destino de eternidad, permitiendo la visión teológica de la resurrección. También el conjunto de teatralización exigía la visualización práctica de los hechos, de las acciones y de los gestos, que adquirían los contenidos semánticos que el actor les atribuía. Por tanto, los códigos de los comportamientos individuales y colectivos podían sustentar la nueva Fe como las antiguas creencias. Y fue adecuada pedagogía asumir lo que la cultura andina decía para significar lo que la Fe cristiana entendía.
Las formalidades de la fiesta de difuntos se inician el día anterior, que es Todos Santos. Se supone que ya están listos los preparativos para recibir a las almas: preparación de bebidas, comidas y representaciones prácticas que dan razones de su vuelta a la vida familiar. En tal sentido, la escalera es la figura de tránsito: del cómo de acá se pasa allá y de allá se puede llegar al más acá. Y el acá se constituye en lo que es la familia: los afectos, las acciones y los cantos tipifican la nueva manera del ser del difunto. Por tanto, él llega. Los que le esperan, pasan sus horas en actitud de recibir una visita deseada. A horas 12 del primero de Noviembre, la mesa (redefinida «altar») está lista con todo lo que gustaba más al difunto. Allí se consuma la vida de un día que fue atenciones y gozo de compañía. Sin embargo, la presencia del alma va desde el mediodía y hasta la noche. Se alternan Luz/ obscuridad: la luz expresa el deseo de existencia y la noche es reflexión sobre la condición de «alma». En estas horas, son previstos especialmente rezos y cantos. Desde la medianoche se inicia el segundo día. Así como el primer día fue mitad luz y mitad obscuridad, el segundo día es mitad obscuridad y mitad luz. En tal movimiento entre tiempos, el primer día expresa el llegar y el quedarse mientras que el segundo el quedarse y el despedirse hacia la morada espiritual, que se hará en el espacio de la tumba. Tal como el «alma» fue recibida así se irá después de haber consumido otra «mesa» en el cementerio.
La tradición más antigua y más autóctona de lo andino, en el tercer día adjunta una similitud de recomposición de vida de grupo en un concepto de juego. Por esto, los comunarios, que no han festejado Todos Santos con alguna familia que tenía» alma» o «alma nueva» ( por muerte acaecida en el mismo año) se sienten en la obligación de estar presentes en la dimensión colectiva. En tal caso resulta más claramente la composición festiva incaica, testificada por Guamán Poma de Ayala. El primer día no sería Todos Santos sino el día de difuntos y el segundo el de los juegos y regocijos colectivos para subsanar las pérdidas que el grupo como tal ha sufrido. Juegos y cantos terminarán en el domingo siguiente con presencia de columpios.
La fiesta de Todos Santos en Tarija mantiene el núcleo central de las acciones y representaciones mentales andinas. Sin embargo, se denotan algunas diferencias a efecto de la mayor intelectualización cristiana. La visión teológica insiste, sobre todo, en la referencia a Todos Santos y en la espiritualización de la muerte. Se mantienen los ritos de la preparación de la mesa y de los rezos nocturnos, que corresponden a la tradición del primer día. El segundo día, si bien contextualizado en la relación temporal de luz / obscuridad, es presencia en el cementerio.
Las tumbas son adornadas con imágenes del «arbor vitae» (con plantas y brotes de trigo) y con los bellos frutos de los mismos. Las flores, en este caso, no tienen valor circunstancial sino relación con la dimensión pascual que es celebrada con la rosa pascua.
La mayor inflexión del cristianismo se manifiesta también en la introducción del recuerdo de los «Angelitos», a los niños muertos en el año (volverán a sus casas, donde encontrarán leche y otros manjares), que precede a Todos Santos.
Sin alejarse de la tradición andina, la dimensión folk en Tarija representa una dimensión de cambio sociocultural respecto a la misma. La participación en la fiesta es más centralizada en el recuerdo del difunto y más connotada teológicamente como interpretación de su destino. En lo que respeta al «fallecido» se le otorga dimensión familiar y social en el mismo día de Todos Santos… El factor juego está presente en la noche de convivencia después de la preparación de la mesa del mediodía. Sin embargo, el juego más que «reconstrucción de sociedad» es solidaridad: el perdedor es invitado a rezar para el «alma». La «mesa» de Todos Santos es la misma, que se consumirá en el día de los difuntos y que ha sido preparada según lo que al «fallecido» le gustaba. La representatividad social se origina en el nombre de «despacho» (lugar para recibimiento) que se da al conjunto festivo mientras que la acción en el cementerio es definida «despacho» en el sentido de despedida. Otra nota social puede vislumbrarse en la música. Instrumentos de ese tiempo son el erke y la camacheña, que cantan siempre notas alegres. Evidentemente en tales comportamientos, personales y colectivos, sobresale la ironía con la cual el chapaco sabe distanciarse de las adversidades de la vida y darse motivos de pensar en mejores acontecimientos. Las «coplas», típico canto en contrapunto de invitación y de respuesta, de Todos Santos insisten en el sentimiento de pérdida para con el difunto y en la conquista de una nueva realidad amorosa. En tal contexto, algunos autores rememoran la presencia de los columpios, actualmente sacrificados, que representan el diálogo entre jóvenes y doncellas.
El cambio más profundo en la coreografía de Todos Santos en el mundo chapaco parece justificarse en términos de repetición del día del entierro y de los ritos de despido, que se celebran a los ocho días del acontecimiento. Los ocho días exigen presencia de la Santa Misa y la celebración de un ágape para los participantes. En tal circunstancia es necesaria la «confesión», como forma de reconocer sus propias faltas hacia el finado. Asimismo es imprescindible la reconstrucción del último día de vida y del momento de la muerte. En la cama, cubierta con una sábana blanca, se da la visión de un sombrero (femenino o masculino) y de toda su ropa (como si él estuviera allí) como final del «velatorio».En ese momento nace la persuasión que el alma ha terminado su permanencia en el mundo por ser «de cielo». Las Santas Misas sucesivas se darán al mes, a los tres, a los seis y al año. De éstas, de obligación moral, son las de los ocho días, la del mes y la del año. Lo que nos parece importante de remarcar en tales acontecimientos sacrales es la sucesión de los tiempos, que conectan las fórmulas cosmogónicas de perfección andinas. Los ocho días corresponden a la semana (primera identidad de tiempo), el mes indica ya un tiempo determinado (de acciones específicas según Guamán Poma de Ayala), los tres meses como mitad de la unidad de seis (que corresponde a la temporalidad del sol o de la luna) y el año que es la conjunción entre los dos. De allí, la noción de «deber cumplido» como concepto de perfección de actos humanos, que apunta su reflexión en la misma raíz de la muerte desde donde se fecunda la vida.
A manera de conclusión de nuestra reflexión sobre folklore chapaco y religión, debemos decir:
- que la definición de sincretismo no es connotación negativa como rostro latinoamericano en general y boliviano en particular;
- que la dimensión folk es reflejo de un actuar popular, que tiene sus fundamentos en el inconsciente individual y colectivo;
- que la religión, enderezada hacia lo sacral, actúa fuera de los mecanismos racionalistas de los cientistas, si bien siempre presente con sus estructuras lógicas;
- que el folk no debe ser noción estática sino que es una forma de pensamiento, que sabe adaptarse y asumir nuevas circunstancias y prácticas de vida;
- que la tradición andina está presente en la cultura chapaca a pesar de las connotaciones de cambio;
- que el catolicismo popular es fuente y motor de nuevas concepciones existenciales.
Terminamos agradeciendo a las colaboraciones de Pablo Sanzetenea por habernos facilitado los dibujos (Hurpus, en Cochabamba, y Thucus, en Tarija), asimismo a los autores:
Ananías Barreto por su libro Costumbres y creencias del campo tarijeño, Mauro Molina Balza por Tarija y su folklore, Manuel Jaramillo por Plácido Valle y Víctor Vara Reyes por El castellano popular en Tarija. Las fotos, que presentamos, las debemos al arq. Gonzalo Ribero.
Centro Eclesial de Documentación, Tarija, 4 de Noviembre de 1995.
P. Lorenzo Calzavarini