La segunda mitad del 1800 boliviano está marcado (desde los decretos de 1866 de Melgarejo sobre las tierras) por la lucha entre liberales y conservadores. Mientras que los primeros insistían en la concepción del Estado emprendedor y fuerte, los segundos se basaban en una visión de Nación. La importancia de la ideología iluminista, nacida en la revolución francesa, se imponía con todas sus consecuencias, aventajando a los liberales: ateísmo de Estado irreverencias hacia la religión y superación de las diferencias de las bases sociales uniformando el todo en un concepto de progreso. La postura contraria mantenía firme su adhesión a hacer gradualmente “ las cosas», desarrollando una actitud de atención a lo que podían ser también formas constitucionales contradictorias. Entre éstas, la del «régimen misional» en el cual vivía una gran parte de los territorios orientales. Finalmente representatividad religiosa ejercía dimensión de Estado. Se trataba de hecho, no tanto de un separatismo político sino de una acción «indirecta» ya que el misionero católico actuaba bajo indicaciones jurídicas gubernamentales. Fueron precisamente los liberales los que, para debilitar al régimen indirecto misional, hicieron distribución de tierras indigenales, otorgándolas a militares y comerciantes.
Era una tentativa de creación de una clase intermedia “ burguesa” que fuera redistribuidora de bienes en la ciudad para capitalizar la incipiente industria.
En tal proceso, lo que se reforzaba era el despoblamiento del mundo rural, que retenía tan solo los brazos necesarios para la agricultura. Así, la oposición entre salvajes y civilizados orientales tenía, en las zonas centrales, la correspectiva relación de ricos y pobres. Desde el punto de vista religioso, la situación se tornaba dramática sobre todo en Tarija. No siendo todavía declarada obispado, el énfasis religioso más importante se vivía alrededor del convento de San Francisco.
La insistencia de la ideología estatal se enmarcaba en las ciudades (que unía comerciantes, terratenientes e industriales) y , por tanto, también la defensa «misional» debía librarse allí donde la lucha política estaba presente. La encíclica Rerum Novarum del Papa León XIII guiaba una nueva postura católica en los tiempos modernos. Asumiendo aquellos principios, el convento de Tarija inició las Obras Antonianas, como atención a los pobres; la publicación de «El Antoniano» como dimensión ideológica; y la fundación del Colegio Antoniano como formación del ciudadano. Sin embargo no siempre en nuestra literatura social se presta atención a lo que fue la labor franciscana en la campiña tarijeña. En el documento del Padre Doroteo Giannecchini del 1898, se ofrece un panorama completo de la acción franciscana de aquellos tiempos; se afirma que todas las parroquias de la región fueron remodeladas o construidas por los padres. Por tanto, en las Crónicas del convento se anota cada año construcciones de templos, sea en el Chaco, sea en Tarija. En Tarija, desde 1880 se construyen y se refaccionan San Roque, Yunchará, Sella, Tomayapu, Padcaya y Tolomosa.
El templo católico en su tradición latinoamericana además de ser espacio de Fe ha expresado siempre un elemento de agrupación comunitaria. Por tanto su ideología era de dimensión territorial: puntualización de elementos de centralidad en lo que habría podido ser tan sólo una sucesión de fincas. La «subversión» ideológica implícita era la de aglutinar ciudadanos en un destino de tierras. En el caso tarijeño, la acción de los franciscanos miraba a crear asentamientos «simbólicos», que expresaran el dominio del territorio en una coordinación de Fe. Se trataba, finalmente, de realizar en términos visibles lo que ya existía en la espiritualidad y cultura de la región. Están explicitadas allí las razones de cómo una situación de vida pobre haya podido lanzarse en obras de gran tamaño en muros, en arte y en otras actividades. El obsequio a lo popular se manifestaba en la organización de las distancias y sobre todo en las interconexiones entre centros ideales; centros que pudieran contraponerse al simple uso económico y comercial del territorio. Uniendo distancias e interconexiones la región chapaca ha resultado tener una configuración de hábitat de tipo estelar: diferentes comunicaciones desde un centro aglutinando, a su vez, un conjunto de comunidades. Lo que se alcanzó con éxito fue precisamente una relación complementaria entre dimensión local y departamental. Deteniéndonos en la configuración de Tolomosa Grande (y de las varias comunidades que la rodean) tal lógica está clara por su misma ubicación. Está situada en el camino que se abre hacia Concepción, Padcaya y Chaguaya. Las coordenadas espaciales (desde seis kilómetros se visualiza su templo como centro del valle y coronado por cerros) dan vida a un hábitat con distancia fácilmente alcanzable, a pie o a caballo, desde Tarija; e igualmente superable para otros hábitats como similar andar. La lógica es la del traslado e intercambio de productos a la medida del más humilde agricultor o necesitado.
Lo más importante por tal agregación de actividades económicas, simbólicas y espaciales es la organización de las fiestas. Estas, en el campo, son expresión de vida agrícola y espiritual. Señalan los tiempos de siembra y de cosecha complementando «las obras de los hombres con las obras de Dios» (Guaman Poma de Ayala). En esta perspectiva, la construcción de un conjunto de Fe alrededor de un templo se hacía necesaria. Por la idiosincrasia del hombre agricultor, en el templo se nace y se muere y en él se percibe sobre todo el lugar de los difuntos: los ancestros que, regenerando la vida y el espacio, indican el destino humano-divino.
El templo de Tolomosa Grande, dedicado a la Virgen del Rosario, fue construido bajo la dirección del Padre Nazareno Dimeco quien, en 1880, había terminado el de Tarairí en el Chaco. Las obras duraron toda la década hasta 1890 y fue inaugurado el 28 de octubre del mismo año con la llegada desde Roma de la estatua de la Virgen. Las Crónicas del convento detallan el avance arquitectónico, indicando levantamiento de los muros, la conclusión del techado, el inicio de la construcción de dos capillas y casa parroquial. Una fotografía del 1898 documenta los interiores. Según las normas litúrgicas de ese tiempo, el altar estaba ubicado en la pared del frente; al centro de la verticalidad y horizontalidad de la misma, emergía la estatua de la Virgen. Era la pared de la «gloria» que hacía presente a un retablo inexistente.
El pueblo ocupaba la nave central. De un total de espacio de treinta y cinco por ocho metros, veintiocho eran lugar de oración que se integraba con la acción sacerdotal. Las divisiones en los lugares sacrales estaban señaladas con obras de madera artesanal y constituidas por la baranda y el púlpito. Tal pobreza de partes aumentaba, sin embargo, la solemnidad del conjunto que sobresalía por la altura de los muros de trece metros. El diseño arquitectónico se dibujaba en la acentuación de los elementos internos: las columnas laterales y las cornisas que las unían. La visión global resultaba de estilo renacentista que tipifica a lo «divino» como tierra de hombres.
El toque italiano es visible en su dimensión solar y de alegría de colores. Se trata de una casa de «pueblo orante», que en la elevación a Dios encuentra respuestas y sosiego a las contradicciones de la vida.
La falta de cuidado en los años sucesivos a la construcción debilitó la estática general del templo. El mismo terreno arcilloso, con visibles contracciones entre verano e invierno, ha concurrido a que anchas grietas se manifestaran en toda la parte anterior que da a la fachada. Se imponía por tanto una intervención global. El Ing. Javier Castellanos Vásquez ha dado las indicaciones de los trabajos que incluyen el encadenamiento superior, la consolidación de los muros y de las obras de defensa laterales, por la presencia de los adobes en el relleno de los amplios arcos.
El sentir de la modernidad ha sido realizado por los artistas Jaime Calisaya y Gonzalo Ribero.
El primero ha pintado el mural de la pared del frente. Es una obra de ocho por diez metros que representa la Anunciación de la Virgen. La postura del Ángel indica dimensión de cielo, mientras la Virgen María connota misterio en la serenidad de la maternidad. Los colores suaves y bien delineados integran la atmósfera apacible dando significación a los varios componentes arquitectónicos. Las esculturas de Gonzalo Ribero: el altar, la pila bautismal, la sede sacerdotal, el ambón, el sagrario, el velero y la base del crucifijo constituyen el ambiente sacral. Allí se esparce la historia de la vida de Jesús que se manifiesta también en nuestra biografía de Fe. Son obras que unen a la vez solidez y elegancia, como juego de realidades exteriores e interiores.
El conjunto ha logrado el sentido de un arte religioso boliviano y chapaco. Debemos subrayar que los dos artistas y el Ing. Castellanos han trabajado voluntariamente.
Una feliz concomitancia se debe al entusiasmo del Padre Lorenzo, que ha traducido en versos las varias partes de la liturgia eucarística y al espíritu musical de Fernando Arduz Ruiz. El resultado se ha dado en la composición de una Misa Chapaca. Palabras y canto explicitan a la vez el estar y el sentir en una actitud profundamente religiosa. Como sabemos el término chapaco connota la dimensión Popular y campesina. Son las melodías que han formado la interioridad «chapaca» y que ahora cantan himnos de Fe. Y consolidan una dimensión inconsciente que sostiene a la personalidad psicológica, personal y colectiva, de los valles de Tarija.
Por estas razones la inauguración del templo no quiere apuntar tan sólo a la Fe sino mostrar como ésta, surge de las raíces culturales que hemos construido. La inauguración del templo se hará en Tolomosa a horas 16.00 del día 24 de marzo. El acto ofrecido para la reflexión será el 22 de marzo con la presentación del libro del Padre Lorenzo Calzavarini, «Teología narrativa: relatos antropológicos de la Fe popular en Bolivia» (Ed. Don Bosco, La Paz, 1996) y el concierto de la Misa Chapaca, con la participación de su autor, en el salón de San Francisco, Calle La Madrid, horas 19:00.
Tarija, 9 de Marzo de 1996
P. Lorenzo Calzavarini