Desde años los doctores Fernando Calderón y Roberto Laserna vienen publicando lecturas sociológicas y económicas sobre la realidad de Bolivia. Los dos tienen formación universitaria, de sociología el primero y de ciencias económicas el segundo. Por haber sido «socius academicus» de ambos en la universidad de San Simón de Cochabamba, puedo testimoniar sobre la triple vocación que siempre han cultivado: la cátedra, la investigación y la acción intelectual. Por fin podemos unir estas trayectorias en un único mérito, que es, el de haberse lanzado (cueste lo que cueste) a una actividad de cientistas sociales. Sus certidumbres los han llevado a decisiones de trabajo muy bien focalizadas: la preocupación por la investigación los ha llevado a las oficinas de CERES (Centro de Estudios de la Realidad Económica y Social) donde pudieron en sucesivas publicaciones consolidar varias hipótesis, de lectura en la línea de una reflexión continuada y persistente.
Su último libro, «Paradojas de la Modernidad: sociedad y cambios en Bolivia» (Ed. Fundación Milenio, La Paz, 1994) une en una sola fuente lo que antes podían ser espacios alejados: la región de La Paz para Calderón, y de Cochabamba para Laserna. Puntualmente sus estudios han sido editados en colecciones sociales con rostros bien definidos. Queremos decir con esto que los autores no son «amigos de todo el mundo» si bien abiertos al diálogo con quienes se lo pidan. Por tales características sus publicaciones no sobrepasan el marco científico de «preguntar a la realidad» y de «hacerla hablar». La claridad de su escritura los substrae por tanto sea a las negligencias sea a los apuros de la mayoría de sus colegas de trabajo. Sus labores circulan en un electo círculo de jóvenes estudiosos que en Cochabamba y en La Paz han encontrado nuevos rumbos de reflexión intelectual. Subrayamos como coordenadas internacionales de contactos científicos los centros latinoamericanos (Lima, Cusco, Ecuador), franceses (Escuela de Altos Estudios -París-) y de Estados Unidos (Prof. Castells). Por lo dicho conceptuamos el presente libro como síntesis de más de una década de aplicaciones a la reflexión sociológica, económica, cultural e histórica de Bolivia.
Un libro: debate
Vamos hacia el «milenio». Si no hubiesen razones para «hacer preguntas a la historia» es desde la historia que debemos empezar para dilucidar aspectos de las realidades actuales. El caminar de Bolivia ha tenido siempre, en su curso y decurso de acontecimientos, hechos determinantes en la década de fin de siglo: la llegada hispánica (1492), la acción organizativa del Virrey Francisco de Toledo (1570), la consolidación de la territorialidad alrededor de Charcas con el inicio de las misiones católicas entre «bárbaros» (los Jesuitas fundan Chiquitos en 1691), la reforma borbónica como articulación de entidades regionales (Vietma 1770) y la acción liberal republicana (1880).
Tales indicaciones de tiempo y de hechos diagraman una formación de Bolivia bien diferente de la historiografía oficial, donde los volúmenes de acción se mueven desde una política de presidentes y poco ensanchamiento del territorio central. La historia transversal (la que integran nuestros autores) aglutina más un sentido de «encuentro» y no de «enfrentamientos» (si bien los hubo) de regiones, de tradiciones culturales y finalmente una identidad de nacionalidad de las naciones bolivianas y de unidad en la diversidad de los actores. La falta de equilibrio de lectura desde las dos y más orillas del correr de la bolivianidad han conllevado a la conceptualización de país abigarrado (Zavaleta). En la perspectiva anotada sobresalen más las connotaciones de heterogeneidad y de desarticulación (pág. 21). Lo que hay que valorar positivamente en esta lógica es precisamente los movimientos de unidad y de diversidad.
El primer aspecto ha gozado siempre de grandes preocupaciones mientras que el segundo ha sido continuamente sacrificado impulsando el conflicto entre sociedades civiles y de éstas contra el Estado. Nos parece, por lo tanto, muy atinada la esquematización del libro en su afán de articular reflexiones sobre el dominio del territorio, la economía como forma de relaciones de producción e intercambio y la política como fuerza del «querer colectivo». Los embates de un análisis tradicional «falsificadas» han insistido unilateralmente en el moverse de cualquier actor social en su enfrentamiento contra el Estado (en el cual incluimos la acción de los militares) poniendo en crisis todo acuerdo de «gobernabilidad» y en consecuencia viabilizando la persistente inestabilidad económica. En realidad lo que falta y faltó es la explicitación de un pensamiento político del todo boliviano. El relego al silencio de los grandes autores del 800 y 900, ha sacrificado los aportes desde la literatura, la economía, la historia y la legislación y no han sido esclarecidos en cuanto a sus dimensiones de comprensión de orígenes, de análisis de situaciones y de percepción de destino. Esta acusación la lanzamos sobre todo contra las universidades que no han creado un núcleo de «resignificación constante» (pág. 21) desde y de una memoria colectiva. La falta de un pensamiento universitario de filosofía y letras bolivianas no permite sopesar el sentir colectivo, provocando una experiencia de enajenación y de su contrario, que es el autoritarismo. Siguiendo en el tema, mal podemos sugerir, a la altura de nuestros tiempos, a los diputados nacionales la lectura de lo que no existe y que por su urgencia abogamos por su realización que es la confección de una gran enciclopedia histórica, política, religiosa, civil, cultural y literaria de Bolivia.
Volviendo a los autores Laserna y Calderón, ellos matizan un axioma de desarrollo en parámetros de crecimiento económico y de estabilidad política (pág. 27). Nosotros hemos aclarado sus bases y ellos proclaman la necesidad de las mismas, insistiendo en que los sistemas políticos no son tales y que por tanto han jugado en espacios de apoliticidad ofreciendo imágenes de: «ganadores» y no de representatividad democrática. De allí el clientelismo y la corrupción como «credibilidad institucional», «no racionalidad instrumental», «ética política sin austeridad» y falta de «transparencia» y de «responsabilidad social» (pág. 67).
Sociedad en transición
La nación boliviana, retranscrita en términos de cambios sociales, favorece dos lecturas: un país que no alcanza el nivel de modernidad y de un país que va hacia afanes mundiales. La labor hacia lo «nuevo posible» parece inmensa; sin embargo se dan requisitos de optimismo: algunos enlaces económicos internacionales, conformación de nuevos mercados y actores empresariales en contactos latinoamericanos. Las intentonas son todavía fragmentarias y sacrificadas por el colapso de las exportaciones tradicionales y por la inexistente innovación tecnológica empresarial así como de una carencia de una fuerza coordinadora. En el campo social se da la emergencia de un sindicato campesino que se substancializa sobre los vacíos del espacio minero. Y como base de este último la efervescencia de fuerzas étnicas. La articulación de la conflictividad recurrente sería colmada por los comerciantes, los transportistas y los trabajadores informales (pequeña burguesía comercial e informal y sector informal urbano -pág. 54-). Por tales indicaciones se determina el «algo» indescifrable que resulta no de los actores sociales, hasta ahora reconocidos, sino de las «escapatorias» de nuevos estamentos económicos que sustentan el arreglo político. Los indicadores de la tal lectura se construyen más allá de una definición metasociológica (sujeto social o época post-moderna), donde difícilmente podríamos encontrar indicaciones de destino y de gobernabilidad actual. Persistiendo similar horizonte indefinido no se puede reconocer un proyecto global de innovación sino tan sólo la enfermedad terminal de lo antiguo. Por esto la revolución de 1952 con su voto universal, reforma agraria y nuevas bases políticas para el Estado es el punto de vigor de la Bolivia moderna y enclaustramiento de la misma si no se pensará en horizontes nuevos. Aquélla fue decisión de epoca! y como tal ha vivido 50 años. La superación de sus resabios invoca ahora no la identificación de actores sociales históricos, negados en el transcurso de la colonia y de la República, sino la distribución de los mismos en la sociedad civil (campesinos e indígenas).
Bolivia, la que va hacia rumbos de participación y de integración, no sobrevive en determinaciones de Estado (si bien allí debe llegar y de allí emanar) sino precisamente en la reconstrucción de la sociedad civil. En este punto final se conjuga lo positivo anteriormente subrayado: la articulación prehispánica tuvo éxito porque según la lógica de los «pisos ecológicos verticales» unió diversificaciones de alturas, de valles y de trópico; la colonia no tuvo decisiones insensatas globalizando la complementariedad entre minería y agricultura, dejando la ganadería a la parte «bárbara» (las misiones jesuíticas y franciscanas de economía indirectamente presupuestadas); la República, en su afán de dar «el pan de cada día» a los militares y a los adictos a los presidentes sobre la base de la coordinación de los hacendados, fue superada por el incipiente desarrollo industrial internacional.
Bolivia en transición seria el morir de un Estado cooperativista y el nacimiento de una programación empresarial como generadora de productividad, sucesivamente de mercados y, en su último estadio de desarrollo, de recursos más amplios para la gestión del complejo total. El gobierno actual tendría el honor de jugar con anticipación respecto a lo que deberá ser Bolivia: un Estado moderno en su vertiente interna y externa. Tal modernidad se calificaría por un reajuste del sistema global: en lo económico, en lo civil, en lo educativo y en una reforma de la Constitución misma del Estado. El principio generador, del conjunto seria dar vigencia a lo que hemos definido como sociedad civil, la cual actuaría libremente valorizando no un intervencionismo del Estado sino de los actores en su nivel de diversidad y en su nivel de acción.
Para tal objetivo la ley de Participación Popular parece la más creadora de novedades. Sin duda alguna la multiplicación de las alcaldías y la consolidación de poderes que se les otorgan es el camino para la restructuración del espacio civil en términos locales y de base. La gestión de la «cosa» pública tiene una acción de un movimiento que va desde lo «bajo» a lo «alto» y de control en lo inverso. La emergencia que se debería darla sería precisamente la consolidación de una sociedad agraria en cuanto a territorio, productividad, relaciones de mercado y sobre todo en sus enlaces con los ambientes urbanos.
Se sostiene, por lo tanto, un proyecto de nueva reglamentación regional que respete las diversidades. Complementaria a la ley de Participación Popular resulta ser la ley de Reforma Educativa que vislumbra contenidos y métodos nuevos. Lo necesario será su distribución en términos de presencia y su especialización de actividad en el contexto regional. La ley que condicionará el todo es la de la Capitalización. Con ella se pretenden varias soluciones globales y al mismo tiempo la reinversión de la economía estatal en el espacio público. Asimismo proclama la invocación de un capital de afuera para recapitalizar el de adentro. Protegida la participación boliviana en cuanto actores y espacio de actividad su alcance podría ser regenerador del contexto económico y empresarial. La reforma del Estado se concentra en los ítems de participación a los dieciocho años como ejercicio de los derechos ciudadanos, en la formalización más precisa del Poder Judicial y del Legislativo, y en la relación más directa entre ciudadano y régimen público (se prefiere la dimensión local). Además se otorga una mayor duración de tiempo en los cargos de gobierno.
Trayectoria de reflexiones
Los autores de «Paradojas de la Modernidad» están bien convencidos que la lógica científica debe analizar y prever. Por tanto el libro está intrincado de observaciones «repetitivas» y que sin embargo indican de forma seguida los obstáculos a superarse. Estos residen en las connotaciones más vistosas de un país que no supera una concepción de baja estima de sí mismo y de actores sociales no dispuestos a asumir éticamente una participación del «bien común». Las vislumbres de análisis muestran el marasmo de los últimos años y cómo las iniciativas aisladas no logran avanzar en aguas estancadas.
El capítulo: las sociedades posibles -balance de consecuencias- (págs. 79-88) retrae las previsiones de alternativas respecto a decisiones favorables o no a las nuevas leyes. El caso definido «regresivo» engloba la sumatoria de los «no» y el caso definido «progresivo» la sumatoria de los «sí». Resultan esquematizaciones de comportamientos un poco atrevidos, sin embargo necesarias para explicitar consecuencias. Las definiciones indicadas sustentan en realidad tipos de lectura sociológica. Laserna y Calderón defienden un acuerdo entre sociología y economía. Ellos, sin entrar en la discusión de los grandes complejos teóricos tradicionales y sin valorar de manera particular a ninguno de ellos, optan por etapas de desarrollo que subrayan elementos técnicos para una acción que viabilice un concepto de modernidad, definido éste como: «sociedad con capacidad de acción sobre sí misma, con capacidad crítica y de diálogo con su propia memoria histórica y con capacidad de respuesta auténtica, pero incertidumbres y ambigüedades de la vida moderna” (pág. 17). La solvencia del tal proyecto se apoya en un concepto de programación que más que por decisiones parciales se mueve en esquemas globales. Allí el Estado funcionaría como mediador y controlador apoyándose en una pequeña burguesía empresarial (la sospecha es nuestra) en los puestos urbanos en una acción de mercado agrícola en lo que se refiere al mundo campesino.
A manera de conclusiones
Reconocemos que nuestra presentación del libro “Paradojas de la Modernidad: sociedad y cambios en Bolivia» no es completa en toda su intensidad teórica. El lector para entender tal complejidad debe apuntar al subtítulo. Como observación al conjunto global de la lógica del libro anotamos la falta de reflexión sobre el fenómeno demográfico y de su relación con el territorio, sea en cuanto a comunicación, sea en cuanto a producción y mercado. Siempre en este sentido anotaríamos la falta de atención al fenómeno urbano que se ha movido por caminos de inconsistencia económica. Asimismo el complejo de los servicios terciarios resulta demasiado costoso respecto a la demanda global por falta de dominio de territorio. Habría sido atinada también una reflexión sobres el marco institucional de las instituciones de envergadura nacional como la Iglesia Católica y, evidentemente, la intromisión de otras éticas «sociales» a través de las sectas (¿No será la programación de otro libro?). Creemos que un proyecto entre Nación (Naciones) y Estado debía incluir enlaces institucionales que podrían sustentar de forma directa e indirecta un consenso colectivo. Nuestros apuntes no quitan nada a la integridad del contenido y de la metodología del texto. Hemos dado nuestro aporte «al debate”. Felicitamos a los autores por haberlo iniciado.
Tarija, 28 de enero de 1995
Lorenzo Calzavarini