Centro Eclesial de Documentación

Recordando a Fray Lorenzo Calzavarini, 11 años de su fallecimiento (1939-2012)

Manuel Gómez Mendoza

Universidad Católica de la Santísima, Concepción

El día 9 de febrero de 2012 partió  a la casa del Padre un insigne franciscano Fray Guissepe (Lorenzo) Calzavarini (Rovigo, 27.11.1939 – Cbba., 09.02.2012) un fraile dedicado a la historia y la cultura.

Hoy, luego de 11 años de su fallecimiento sus amigos, hermanos religiosos y personas que lo conocieron mantiene  viva la memoria de su sana amistad y el entusiasmo por su obra cultural y académica.

Desde joven tuvo el proyecto misional para América.  Al salir de Italia sabía el P. Lorenzo el destino que tenía, que le pesaba y vivía la incomprensión de esta paradoja del Evangelio en su vocación. El día que partía en barco y congeló ese momento en su autobiografía, que unía su historia personal, su vocación y su misión en su nuevo destino.

“La vida había sido poco generosa con mi padre. Siendo de extracción campesina y dado que el hijo mayor tomó el camino de sacerdote franciscano, pensó que solo no habría podido afrontar los trabajos agrícolas y decidió emigrar a la periferia de la ciudad. Aunque profundamente católico, jamás quiso entender mi decisión y, al verme partir en el barco hacia Bolivia, le salió aquello que había querido decirme mucho tiempo atrás: «Hijo, que vagas por el mundo, con tantos libros y sin mujeres que te atiendan».

Un teólogo de nuevos tiempos

Una faceta poco conocida del P. Calzavarini es su faceta como teólogo, que fue la que sostuvo su vida personal, académica y le permitía mantener un horizonte claro ante los desafíos de la ciencia. Él perteneció a una generación muy especial de sacerdotes que vivieron los tiempos de cambios en la Iglesia como el tiempo del Concilio Vaticano II. Mientas él se formaba como teólogo, la Iglesia cambiaba radicalmente, porque los nuevos tiempos le exigían actualizarse y “dialogar con el mundo”. Ante ello, su sentir le provocaba una responsabilidad ante estos cambios que proponían los documentos conciliares, así, se acercó sin vacilación a las ciencias como la sociología, lingüística, semiótica, antropología y la historia para buscar respuesta y plantearse nuevas preguntas.

“Los estudios me habían provisto de esquemas para la interpretación de la realidad boliviana y lo que quería comprobar no era precisamente cuánto sabía yo sino, cuál era la verdad”

También, vivió intensamente el entusiasmo de la renovación de la Iglesia en Latinoamérica, cuando se buscaba la aplicación de estas reformas en este continente. En sus textos se trasluce el espíritu de los documentos conciliares (Ad Gentes, Gaudium et Spet, etc…) y las encíclicas misioneras que se combinaban con su profundo humanismo que lo llevó a proponer una eclesiología para el contexto de Bolivia.

En aquel tiempo de añoranzas [época forzosa de residencia universitaria en Urbino], escribí varios artículos sobre la Bolivia profunda: los Trinitarios y el carnaval de Oruro. Reconozco que la línea de los escritos era un tanto polémica respecto de la Iglesia Católica de Bolivia: ¿Por qué no se vinculaba, como había sucedido en el movimiento franciscano del 800 y 900, a los hechos de subversión? Mi pensamiento chocaba inclusive con los últimos sucesos que se habían dado en la preparación de Puebla. Valga recordar que la «Evangelii Nuntiandi» de Paulo VI debía ser el documento guía; una Iglesia misionera en el mundo entero: Italia, Francia, Bolivia, África… Yo había participado, como representante de Bolivia, en las reuniones preparatorias. En Bogotá observé el ausentismo de la Argentina que ya se encontraba en situación militar; la prudencia de Colombia, demasiado curial y sin sabor de pueblo; Chile, lanzado a una indescifrable contradicción; Venezuela, optimista por el petróleo y por la gestión presidencial de Carlos Andrés Pérez; Perú, Bolivia, Ecuador y Haití en los umbrales de una problemática que comenzaba con las situaciones indígenas. Por último, en la reunión de Buenos Aires, se transcribió todo a nivel dicotómico: ateísmo sí y ateísmo no. ¿Qué se puede pensar? En América Latina no existe ni existía una problemática de ateísmo: allí la Iglesia debía afrontar la dimensión de los ministerios para una nueva configuración institucional. Por desgracia, estaba ausente el jesuita P. E. Rubianes de Ecuador; con él había compartido una perfecta sintonía de análisis en la etapa de Bogotá. Los temas que yo había confrontado en Urbino favorecían la dimensión popular del catolicismo en contra de la parte aristócrata.

Su investigación sobre catolicismo urbano en 1975 traslucía esta realidad que hasta hoy se ve latente “el sentimiento de destierro que ha invadido al catolicismo urbano” y desafía a la teología a descubrir este “simbolismo” de la condición humana. Él expresaba así:

“en mi opinión para un proyecto eclesial deben considerarse siempre las venas cálidas del Catolicismo en sus caminos teo­lógicos, sacramentales, de vida comunitaria y los de ser «ex­pertos en humanidad» (Pablo VI). Me permito insistir en que solamente la formación teológica y su proclamación en aspectos bíblicos, espirituales y existenciales recrearán un volumen de acción positivo para una nueva evangelización”.

Imagino que hubiera sido éste un asunto de largas conversaciones, en mi lógica anacrónica que me permito hacerla, entre el P. Calzavarini, Mons. Hérder Cámara y P. Johanner Meier.

La eclesiología de Calzavarini asumía tanto los grandes tratados y comentarios eclesiales, como la vida de la iglesia del “otro lado” en el “mar amplio y profundo” de la experiencia religiosa en Bolivia. Así, tomó el morral, la cámara de fotos y un cuaderno de notas y se fue a conversar con los religiosos jóvenes y en especial con los ancianos que le revelaron los secretos que descubrieron, que muchos guardaban en silencio, sobre la religiosidad popular boliviana. Además, compartió con los campesinos sus fiestas para posteriormente reconstruir ese sistema simbólico, desconocido para la ciencia teológica, su concepción y método plasmó en su “teología narrativa” que recupera las raíces, dice P. Víctor Codina SJ “estas raíces míticas, originarias, coloniales y mestizas, son profundamente integradoras de ámbitos diversos, desde la ecología hasta la sexualidad, desde la geografía a la historia de salvación, desde la cultura hasta la fiesta”. Esto le permitió dar el paso para un proceso nuevo de reconocimiento de alteridades.

“Después de mi tesis, con los profesores que habían colaborado en la preparación de los documentos de Medellín, concreté un trabajo boliviano: investigación antropológica y creación de un centro diaconal en Camiri; todo debía ser precedido por una labor «laical» en Italia: excluir todo tipo -de actividad inherente al sacerdocio para adquirir una experiencia de base. Vi a la Iglesia desde la otra orilla, … y los sacerdotes de Galliera Veneta me ayudaron a ser «laico», lejos de los asuntos clericales. P. Guido Manesso, P. Antonio y P. Giordano fueron mis hermanos en esta búsqueda de una nueva espiritualidad. Me resulta imposible ol­vidar a aquellas dos mujeres que prestaban servicios domésticos a los sacerdotes, a quienes el pueblo las llamaba «las Rosalías». En su fe popular captaron perfectamente mi proyecto (las había pues­to yo al corriente de él). Con ellas pasé de la gran liturgia conven­tual a la humildad de las plegarias que se desgranan de hora en hora y en las fatigas de cada día. Aquel período representó también la confrontación de mi ciencia universitaria con la prac­ticidad de la vida del obrero. Dos textos policopiados son los tes­tigos de las discusiones, debates y estudios realizados con los jóvenes de la parroquia.”(Crónicas interiores)

Ser teólogo en términos oficiales no fue su deseo. El asumió su rol desde su “areópago” donde los sermones del púlpito no llegan, donde la ciencia pregunta cuestiona la verdad predicada. Más de una conferencia y clase fueron dadas con recursos homiléticos y retóricos al estilo de Fray Diego Valdéz o Antonio Comajuncosa, más que didácticos universitarios, al mero estilo de un cientista franciscano. Dura fue su tarea de instalar su altar en medio de un mundo académico como un nuevo “areópago boliviano” en clave de “misión moderna” desafiando los conceptos clásicos del tiempo y espacio que para él fueron: “espacio y tiempo (insistió en la sacralidad del espacio y del tiempo como historia de la salvación)” que exige a los portadores del Evangelio voces claras y auténticas.

2.- Se dejo descubrir

En una mentalidad europea el descubrimiento de “algo” es un logro que se documenta y posteriormente se consagra en la historia, ya sea personal o comunitaria, en el sistema de estudios culturales del P. Francisco Mag Gourm  denominaría ese fenómeno “axiología A”. La actitud del P. Calzavarini no fue esa, sino todo lo contrario tomó la posición desde la “axiología C”, que permite a la comunidad integrar acciones, personas y experiencias en su “ser”. Es así como él se dejó descubrir por los demás, por eso su teología narrativa lleva esta nota tan peculiar donde él es descubierto, de esta manera se convirtió en el portavoz de esas experiencias religiosas rurales en los Andes, la selva y los valles.

Su ser italiano estuvo siempre presente y auténtico, es innegable pero su ser tarijeño también, escribía estas líneas en sus crónicas “Tarija la consideré siempre como ciudad natal de mi imaginación misionera”. Se convirtió en parte de estos italianos franciscanos, que por su carisma son parte del imaginario local, como lo fueron los antiguos religiosos que penetraban en esta cultura del “universo chapaco”, como fue P. Maldini, P. Quirino, etc. y hoy como es Hno. Joselito y Hno. Papi, P. Renato, P Ángel y los memorables religiosos.

La primera visita a Tarija del P. Calzavarini la escribía así, en sus primeros meses de vida en el convento de Potosí:

“Cuando acompañé en jeep al P. Landini, que se hallaba en Potosí para la bien merecida condecoración, se presentó la ocasión de visitar la biblioteca, el archivo y a los hermanos del convento fran­ciscano de Tarija. Puse pie en la región de Bolivia que más conocía, aunque solamente por medio de libros. No tuve que corregir nada de los innumerables aspectos que había imaginado. Tarija es el polo opuesto de Potosí. Una ciudad situada a 2.000 metros de altura sobre el nivel del mar, tiene un clima templado. Su pobla­ción es toda hispano-parlante («castellana») y, sobre todo, la que ha tenido contactos continuos con el Chaco. Los profesores del colegio San Antonio improvisaron un día de campo que concluyó con un chapuzón en el río.

De esa manera conocí la psicología chapaca: bellas mujeres, amabilidad en los gestos de todos, un acento que dibujaba lo simpático de la vida y un gran afecto para con los padres francis­canos. En realidad, el convento había sido el impulsor de muchas iniciativas eclesiales y sociales. En todo ese efluvio de crecimiento y cambio de circunstancias, la iglesia, la biblioteca y el archivo habían mantenido una linealidad de intenciones. El devocionario católico me pareció un tanto «italiano» pero muy bien interiorizado. El P. Landini, El P. Coppedé y el P. Maldini eran los pilares de la historia misionera moderna. Fray José, encargado de la sacristía, de la bodega de vino, del refectorio y responsable de la atención a los huéspedes, estaba siempre atento para satisfacer mis curiosidades. Su bondad resplandecía en un rostro silencioso. Era originario de Potosí y lograba unir la altivez de su comportamiento con la amabilidad chapaca y había adquirido un «savoir faire», todo italiano, para la cocina. En cuanto a dimensión humanitaria y a reflexión crítica, registré ya desde los primeros días en Bolivia, muchos puntos a favor de las religiosas. Aunque la mayoría de origen extranjero, habían amalgamado características populares. Tanto en Potosí como en Tarija, su nombre resonaba entre las familias y entre los jóvenes. Estaban ocupadas en ministerios de Iglesia y también responsables de zonas enteras de pastoral”.

 El convento “la ciudad del Espíritu”

Para el P. Calzavarini su morada, el Convento Franciscano de Tarija, lo denominó “la ciudad del espíritu”, era más que una simple residencia, sus dimensiones, su historia y simbolismo lo convertía en la “ciudad del espíritu”. Al retornar al convento, luego de estar en las fiestas de las comunidades rurales, escribía “Volví al convento llevándome el firmamento entero y pensando que un día podía ser eternidad y aquel momento, el siempre de la vida”.

Llega a vivir a esta “ciudad del espíritu”, el convento de Tarija, el año 1993 para dedicarse a trabajar en la oficina más importante, como denominaban los misioneros de antaño a la biblioteca, Totius conventi maxima oficina”, con un claro objetivo:

“La nueva posibilidad era la de lanzar­me a analizar la sucesión continua de la historia de «encuen­tro/desencuentro» entre culturas bajo la dimensión misione­ra. El camino que me introdujo en tal problemática fue el manuscrito (fechado en el año de 1898) del padre Doroteo Giannecchini. Su transcripción italiana (original en lengua italiana y destinada a italianos) y la preocupación de devol­verlo a Bolivia en castellano, me han permitido entrever las varias facetas de la aceptación de la Fe. El texto del padre Doroteo no es sólo crónica conventual (que también en Tari­ja se escribieron otras) sino un tratado polémico en contra de la formación de la Nación boliviana que olvidaba sus pre­misas cristianas y que seguía rumbos intelectuales de «dar­winismo Social». La defensa de lo popular no fue simplemente postura, frente a los ataques de las propuestas ateísti­cas, sino estímulo para pensar un destino de pueblo según la intelectualidad de los «pobres». Viviendo en zonas indigenales, los misioneros fomentaron la educación, la prepara­ción a los sacramentos y la teatralización de las actitudes devocionales en las fiestas”.

Calzavarini fue Cronista del IV Centenario (2006)

La historia de los franciscanos de Tarija fue escrita por grandes escritores desde sus inicios en 1606, los primeros relatos son de Diego de Mendoza. Desde la elevación del Convento a Colegio de Propaganda Fide en 1755 escriben: Manuel Mingo de la Concepción, Antonio Comajuncosa, Antonio Óliver, Gerónimo Guillen, León de Santiago, Miguel Arizmendi, José Matraya y Ricci, Andrés Herrero, Ceferino Muzzani, José Gianelli, Alejandro Corrado, Doroteo Giannecchini, Pedro Corvera, Santiago Romano, Gervasio Costa, Manuel Laurua, Gerardo Maldini y Pedro Anasagasti, con visión de la actividad franciscana caracterizada por enfocarse en lo particular. La característica de los escritos del P. Calzavarini abarcan lo particular y universal del franciscanismo misionero.

Sobre una variedad de temas ha escrito, aquí, sólo deseo resaltar algo por lo que hoy, todavía no está él identificado, su faceta como cronista conventual. Los escritores conventuales han llevado con su pluma los momentos memorables de su comunidad para preservar en la memoria. Con este objeto el P. Calzavarini asume su auténtico rol de cronista conventual la última etapa de su vida de escritor.

Por motivo de la celebración del IV Centenario de la fundación del Convento franciscano de Tarija escribe la crónica de la celebración titulada “cartas a los amigos”, allí plasma sus emociones, brota su espontaneidad y desvela, su “imaginación misionera”.

El texto tiene un efecto psicológico en el lector, porque se recrean las escenas y momentos en diversas dimensiones, pues no es solamente lo religioso y la vida de los franciscanos que se relatan, sino describe la vida profunda de Tarija, los problemas sociales del país y sus sentimientos de alegría y tristeza, como la muerte del P. Fiorenzo Locatelli, Ministro Provincial de Toscana.

¿Cómo recordarlo?

Desde el año 1994 se preparaban P. Lorenzo Calzavarini, P. Pedro Anasagasti y el P. Maldini para la celebración del IV Centenario de fundación del Convento de Tarija. El P. Calzavarini esperó ese 18 mayo de 2006 para celebrar el acontecimiento que él como “cronista del IV Centenario” documentó.

El convento, “la cuidad del espíritu”, volvía a teñirse una vez más de color café, por el hábito de los religiosos, que retomaron su posición en Tarija como “los soldados de Dios” y “custodios de la fe”. Por un día se recreaba el ambiente vivido del Colegio de Misioneros de Propaganda Fide de Tarija 1775-1918.

Ese 18 de mayo de 2006 vivió intensamente y gracias a su rol de cronista hoy podemos revivirlo desde sus ojos, su mente y sus palabras, uno de los momentos más felices que tuvo en Tarija como ciudadano tarijeño, cronista y franciscano. En el texto que viene a continuación me he tomado la libertad de eliminar pequeñas partes para presentar un texto directo y cronológico.

Placa de los amigos el 17 de mayo 2006

Queridos amigos,

Ya les informé que el 18 de mayo es el día aniversario del IV Centenario de Fundación del Convento de San Francisco. Para preparar el acontecimiento el Centro Eclesial de Documentación ha trabajado desde 1994 con un trío bien integrado de frailes: P. Lorenzo Calzavarini, P. Gerardo Maldini y P. Pedro de Anasagasti.

En el convento prosiguen los preparativos. Fr. José Uriburu organizó el refectorio (comedor) según la usanza tradicional, las mesas colocadas en forma paralela dejando espacios libres al centro. Sentí algo de nostalgia del pasado, pero la nueva arquitectura era necesaria dada la cantidad de frailes que habían de estar presentes. Los comentarios de los Hermanos eran muy favorables, pero las voces más insistentes estaban dirigidas hacia mi persona, porque el diario El País había dado la noticia de mi nombramiento como miembro de número de la Academia Boliviana de Historia. La información había sido de la misma Prefectura, que se sentía honrada por contar con uno de sus conciudadanos en una situación académica semejante.

Pero esa tarde se dio otro hecho. Los amigos del Convento, por puro sentimiento de gratitud, quisieron dejar una señal tangible de su afecto. En el Centro Eclesial de Documentación se añadió otra placa recordatoria de los cuatrocientos años. Los discursos resultaron todos simpáticos porque ya estaban fuera del control social de la prensa y de las autoridades.

Llegó el momento de descubrir la placa. Los amigos gritaron el nombre del P. Quirino Sampoli e inmediatamente después explotaron los vivas por los cuatrocientos años y los aplausos de respeto por el antiguo misionero.

Celebración del IV Centenario 17 de mayo 2006

Es difícil hacer una relación de dos días de fiesta, no tanto por las previsibles confusiones (que afortunadamente no se dieron), sino por la intensidad de los gestos, de las acciones y de las palabras. Me resulta imprescindible someterme al lenguaje de la crónica.

El 17 llegaron los franciscanos de Cochabamba, Oruro, La Paz; del Chaco sólo Mons. Leonardo Bernacchi y P. Jorge Vargas. El P. Provincial con su cuerpo de Definidores llegó en la tarde por un retraso del vuelo.

A las 6 de la tarde estábamos en el edificio de la Prefectura. Lancé una mirada a los nombres de los invitados. Todos estaban presentes y me preocupé por el espacio bastante reducido del “salón rojo”. Vi que estaban ingresando Mons. Leonardo Bernacchi, Obispo del Vicariato de Cuevo-Camiri, Mons. Bernardino Rivera, Obispo emérito de Potosí, Mons. Antonio Reimann, Obispo del Vicariato de Ñuflo de Chávez, el P. Provincial, Fray Martín Sappl, y los frailes a quienes no había visto antes. Ingresaron todos vestidos con el hábito franciscano, pintando de marrón la parte derecha del auditorio. Estaban presentes también los hermanos legos de la Provincia Franciscana de Bolivia, que eligieron las fiestas centenarias de Tarija para su reunión anual. Añadieron una nota simpática a los cuatrocientos años, que asocié con la  figura de Fray Francisco del Pilar quien, como hermano lego (enfermero, ecónomo y agricultor) fue el primer fundador de casi todas las misiones (reducciones) del Chaco.

El acto comenzó con la lectura teatralizada del documento (4 de mayo 1606), que da cuenta de la participación económica de las familias de Tarija para la construcción del convento. La presentaron cinco estudiantes… Inmediatamente pasaron a leer algunos pasajes de la vida del primer Guardián de Tarija. Se trata de un noble que fue caballero pero no persona de bien, que olvidó hasta sus obligaciones de paternidad. Se hizo fraile a los 40 años y en su ordenación sacerdotal en Cusco reconoció entre los ordenandos a uno de sus hijos que era fraile agustino. Su presencia en Tarija fue una bendición. Se decía que tenía poderes milagrosos para alejar desastres agrícolas, como hacer que las nubes descargaran el granizo sobre los cerros pelados de Tarija y no sobre los sembradíos de maíz.

Los jóvenes vestían ropas de la región de Tarija. A mí me tocó comentar el documento. Insistí sobre el tipo de productos agrícolas que se ofrecían y su destino: alimentos para jornaleros y albañiles, instrumentos de trabajo y ornamentos para la iglesia. Resultó una imagen de sociedad agrícola, basada en la solidaridad de sus miembros, que fue la premisa del desarrollo posterior en el que se insertó la acción franciscana dando la posibilidad de afirmar que sin Tarija no se puede entender la manera de ser franciscanos en estas zonas y el convento para la ciudad y zonas de toda la región, sobre todo para la evangelización de los pueblos originarios del Chaco.

Nuevamente una explosión de aplausos.

[La Placa]

Posteriormente se pasó al descubrimiento de una placa que está expuesta en la entrada del edificio con la siguiente inscripción: “Donde estuvieron los franciscanos de Tarija, allí está Bolivia”. La frase fue acuñada en los tratados de paz entre Bolivia y Paraguay que dieron por concluida la Guerra del Chaco (1932–1935).

[Desfile]

No hubo ningún intervalo de tiempo ni de espacio entre esto y las notas de la escuela de música. Comenzaron las “cañas”, instrumento típico de la región, acompañadas por violines. La plaza principal de la ciudad se incorporó a todo el conjunto de la Prefectura y se animó con antorchas que despuntaban sobre el lado oeste. Era una línea que dibujaban las llamas de las antorchas y que alternaban con los claroscuros de la presencia de otras tantas bandas de música. La lógica era que desfilaban los establecimientos escolares acompañados por sus respectivos músicos. Conforme las autoridades y los religiosos iban avanzando en formación, las antorchas se iban trasladando hacia el este. Hasta ese momento no puedo decir de dónde iba apareciendo la gente. El hecho simpático era que los aplausos surgían del centro de la plaza siguiendo el ritmo que iban imponiendo las bandas.

En la intersección de las calles La Madrid y Sucre la visibilidad era completa. El punto de partida era la plazuela de la Catedral; desde allí se movía hacia la plaza una continua procesión de antorchas formando una especie de herradura. En ese momento, los primeros ya estaban llegando a la cuadra que da a la calle Ingavi, proseguía y se detenía frente a la puerta central del convento, donde se había levantado el palco para las autoridades.

Los estudiantes marchaban al compás de la música de sus respectivas bandas. Un micrófono anunciaba los nombres de cada colegio que se acercaba y desaparecía para dar espacio a los demás. El presentador era alguien que conocía su oficio; intercalaba datos históricos relacionados con la historia de los franciscanos de Tarija. Era un universo mental que unía la diversidad de los territorios con la ciudad, lo antiguo con lo moderno y, sobre todo, una unidad entre los jóvenes y su patria. Un circuito psicológico conectaba la simbología religiosa interior que envolvía en una atmósfera cósmica toda la manzana donde está ubicado el convento. Ese efecto era el producto de la sucesión de melodías, de teatralizaciones ejecutadas por algunos colegios frente al palco y de las ovaciones de los presentes que llenaban el área de la plazuela circunscrita por la fachada conventual, el palacio de justicia y el ex colegio Antoniano.

[Fuego artificiales]

Eran las 20:30 cuando la situación, sin intervalo de tiempo, se transformó en un verdadero cielo. Estallidos y un torrente de colores se dibujaba en la oscuridad. Los fuegos artificiales fueron una sorpresa para todos volviéndonos un poco niños. Los cuatrocientos años se transformaron en un juego de orígenes por la fuerza de los colores que rescatan dimensiones ancestrales y que nos vinculan a la historia del universo entero.

… por un factor gregario, sin darnos cuenta, nosotros los frailes nos encontramos en el refectorio [22:00]. Las mesas centrales estaban llenas de cosas para comer. Todos estábamos atentos a las guitarras … El P. Eugenio Natalini intercaló algunas canciones clásicas italianas. Las melodías unieron a los sentimientos de medio mundo.

18 de Mayo 2006

Queridos amigos,

Les escribo precisamente en el día del aniversario de la fundación del Convento de San Francisco de Tarija. Y seré puntual, no por el cansancio sino porque me considero cronista.

[Misa de los Ángeles]

A las 09:30 de la mañana los 40 sacerdotes estaban presentes en el salón de la parroquia, contiguo a la iglesia. Estaban el obispo de la diócesis de Tarija, otros obispos, algunos sacerdotes de las parroquias vecinas y, por supuesto, los franciscanos. La procesión sacerdotal hacia el presbiterio se desarrolló entre cantos e incienso.

La Santa Misa fue solemne, como se presume, incentivada por tantas voluntades que resonaron ayer por la tarde en el documento del 4 de mayo de 1606 y que fue leído en la Prefectura. Los cantos fueron en gregoriano.

El Centro Eclesial de Documentación se preocupó porque todos los sacerdotes tuvieran en sus manos una copia de la “Misa de los Ángeles”. Los ensayos de cantos que se hicieron en el refectorio mostraron la consistencia del coro. En la iglesia, el P. Eugenio Natalini, director de coro desde hace mucho tiempo, estaba bien erguido cerca del ambón. Y obedecía inclusive el Obispo, Mons. Javier del Río, revestido con sus ornamentos como Presidente de la celebración. Los estudiantes teólogos franciscanos cantaron las partes no fijas de la “Misa de los Ángeles”. No hubo competitividad. Todos cantaban para dar gloria a Dios.

[PLACA]

Desde el altar se pasó procesionalmente al atrio de la iglesia donde había una placa, que era otro reconocimiento de la Prefectura. Una vez quitado el velo que la cubría, las plegarias anteriores se convirtieron en aplausos. El señor Prefecto fue representado por su madre. Me gustó esta situación por ese sabor de informalidad. El género femenino no podía quedar ausente: el Colegio de Propaganda Fide fue puesto bajo el patrocinio de Santa María de los Ángeles. De pensamiento en pensamiento, se hicieron presentes todos los aspectos de la “memoria histórica”.

El almuerzo, con pocos invitados pero con el refectorio colmado de frailes, estuvo muy solemne. Los estudiantes de teología alegraron el plato de “lasagna” con cantos y acompañamiento de guitarras y violines. La decisión de Fray Joselito Uriburu no fue la de ofrecer especialidades culinarias italianas sino la de simplificar el uso del tenedor a personas de diferentes orígenes culturales (bolivianos, italianos, alemanes, polacos y españoles). Los comentarios de los comensales justificaron el resultado positivo que resplandecía en las sonrisas que muestran las fotografías.

Por la tarde, alrededor de las 17:00 llegó el Embajador de Alemania en Bolivia. A los alemanes les debemos la ayuda económica que permitió parte de los trabajos de reestructuración del Centro Eclesial de Documentación. Estuvieron presentes varios religiosos que se retiraron al poco rato porque tenían la invitación para tomar un té con las terciarias franciscanas. Nosotros concluimos con una visita a todos los ambientes: arqueología, ex procuraduría misionera, ex enfermería, pinacoteca colonial y moderna, archivo y bibliotecas. Un vino con galletas cerró la caminata, conversando siempre sobre los aspectos multiétnicos de Bolivia. El señor Embajador se permitió hacer comparaciones con Paraguay, por su apego a la lengua guaraní (lengua originaria hablada por el 99% de la población). La noche no llegó cansada si bien era conclusión de cuatrocientos años de historia. Hasta pronto.

Este día fue memorable en la vida de Fray Lorenzo Calzavarini ¡Cuán feliz estaba!, ¡quiero recordarle así!.

 El Centro Eclesial de Documentación, CED

Fruto de sus motivaciones intelectuales nace el CED, Centro Eclesial de Documentación Tarija sobre la base de su biblioteca personal, que en aquel entonces sumaba aproximadamente 16.000 títulos. El CED poco a poco creció entre el café, el estudio y las publicaciones. El objetivo lo expresaba así:

“La creación del Centro Eclesial de Documentación (CED) es el fruto de la voluntad que ha guiado los trabajos. El proyecto era la transformación de la herencia histórica, científica, cultural y artística de la presencia franciscana en espacios de conocimiento para toda la ciudad de Tarija. Más propiamente no se trata de una transformación sino más bien de ampliar la que nuestros antepasados definieron como Totius conventi máxima oficina” (la biblioteca: el ambiente más importante de todo el convento)”

“la propuesta del Centro Eclesial de Documentación es la de organizar días de reflexión científica a fin de que la historia sea siempre “maestra de vida”

La presencia constante de amigos entrañables, entre ellos la Sra. Zoila Espinosa, el Dr. Carlos Ávila, Roberto Echazú, etc. (+) y muchas otras personas, que sería imposible enunciarlas a todas, con los años se conformó una plataforma humana de características diversas que permitía un rico  intercambio de opiniones y aportes críticos para las publicaciones.

Un proyecto piloto que lanzó el P. Calzavarini el año 2003 fue la “ESCUELA DE PROPEDÉUTICA TEOLÓGICA” que tuvo el objetivo de cualificar a los agentes pastorales de la Diócesis de Tarija. Su metodología permitía impartir clases de teología en áreas como biblia, dogmática, moral e historia, las cuales presentaban de manera sistemática contenidos centrales de la teología y seminarios temáticos personalizados con los alumnos para aclarar y reforzar los contenidos impartidos. Era el espacio para empezar de estudiar lo sistemático y  reflexionar sobre “lo popular”, de esta manera era un acercamiento a los actores reales de la religiosidad y el catolicismo tarijeño. Este proyecto fue el fruto de la aplicación de una nueva metodología eclesial en el “universo chapaco”.

El año 2006 en las “Cartas a los amigos”, la crónica del IV Centenario, se desvela al fin el CED en su verdadera dimensión con el Archivo histórico antiguo y moderno, la Biblioteca Antigua, Biblioteca Moderna y Biblioteca Universitaria y el Museo Fray Francisco Miguel Marí, que expresa la vitalidad de la orden en los tiempos pasado, presente y futuro.

“En cuanto al CED lo que más admiro es la secuencia expositiva de los cuadros y de todas las piezas en general. Favorecen un andar reflexivo. El más bello comentario lo escuché de mi amigo el P. Leonardo Niebler, sacerdote alemán, misionero que trabaja en Bolivia desde hace 40 años. Me dijo que le hubiera gustado encerrarse en el museo para hacer ejercicios espirituales y disponer al mismo tiempo de una habitación para dormir”

El CED es hoy un referente, una institución cultural y la respuesta franciscana a los desafíos de la modernidad en un universo tarijeño, nacional e internacional. El resultado de las investigaciones del CED han sido presentadas en varios países como Argentina, México, Chile, Alemania e Italia y sus ediciones se encuentran en las bibliotecas más importantes de América Latina, Europa y USA. El sitio web www.franciscanosdetarija.com se ha convertido en plataforma importante para investigación, pues tiene más 290 000 visitantes, que confirma y perpetúa la labor académica del P. Lorenzo y el trabajo de su incansable del equipo que continúa el trabajo Diego Oliva, Juan Carlos Labrián, Yamil Ortega  y Normando Rueda.

En estos años nos hemos ocupado en desarrollar un currículum institucional, para que se continúe la obra iniciada por el P. Calzavarini, con este fin hemos trabajado la historia misional y la publicamos tanto en ediciones impresas como online; actualmente nuestras ediciones se han convertido en un referente en el área, pues nos citan en investigaciones en todo el mundo. Además, hemos organizado diversos congresos internacionales con investigadores expertos en historia de la Iglesia, Derecho Canónico, Historia, filosofía, teología, etc., venidos de USA, Argentina, Alemania, Brasil y Guatemala. También hicimos presencia en diversos congresos del área en Brasil, Perú, Guatemala, Colombia y Alemania.

El CED no solo trabaja en gestión de archivos y las bibliotecas, sino también en gestión para la restauración, conservación y exposición de las obras pictóricas de arte colonial y republicano que conforman el museo Fray Francisco Miguel Marí, el cual es correspondiente con la documentación. Esta fue una acción para poner en valor y preservar las obras de arte.

El CED juega un rol social positivo, pues ejerce una influencia positiva en la sociedad por la perspectiva humanística  fiel a su origen e identidad.