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Franciscanos y pueblos originarios chaqueños

Las reducciones franciscanas chaqueñas surgieron entre los chaneses, tapietes, guaraníes, tobas y noctenes. Excepto por los primeros (de origen arawak), todos eran parte de la familia de los guaraníes. Éstos llegaron a Bolivia en sucesivas migraciones, guiadas por sus “profetas” que proclamaban la búsqueda de la tierra sin mal: porvenir de tierra fértil, donde un anciano los esperaba en un territorio de paz. La aparición, en 1616, de un denominado apóstol, que esperaba a los guaraníes en Torres (Salinas), responde a la dinámica de ese fondo mitológico, que se conjuga con la visión cristiana. Bajo el empuje profético y guerrero se extendieron hasta Tarija, Chu quisaca, Cochabamba y Santa Cruz. Fuentes coloniales y vestigios arqueológicos atestiguan sus luchas contra los incas.

Con la creación del Colegio de Propaganda Fide (1755), los franciscanos de Tarija fueron hacia los valles de Chuquisaca y la Cordillera chaqueña mientras que los Padres Jesuitas habían tomado rumbo hacia el sur. El lema que guiaba a los frailes era que ninguna “nación podía ser separada ni por obispado ni por gobernación ”.

Encontraron las poblaciones chaneses, que habían sufrido una aculturación guerrera con los guaraníes, por lo cual aparecen también con la denominación de “tapûi” (tapietes). El primer franciscano de Tarija, que llegó hasta ellos, fue el P. Manuel Mingo de la Concepción en 1756 y 1763. No se dieron conversiones, al contrario, emergieron los rasgos ideológicos, ya tradicionales de los Avas (así se denominan entre sí) del Chaco respecto a la estructura colonial: lateralización y marginalidad, muerte de los cánones de vida y vivir entre trincheras.

Contestaron al P. Mingo “Tú contento con ser cristiano y nosotros con ser chiriguanos”. Frente a esa afirmación, se inició la aventura de Fray Francisco del Pilar, que fue el fundador de todas las reducciones chuquisaqueñas y de la Cordillera (Santa Cruz). Apareció (1761) en San Antonio de los Sauces (hoy Monteagudo, escogido como lugar de apoyo). “Más veces el hermano recorrió las distancias de allí hacia Pilipili, y finalmente en 1764 se estableció entre ellos.

Desgracias naturales y situaciones de enfermedad lo hicieron necesario. La aceptación de su presencia más iba por otros caminos. Francisco del Pilar asumió las características de tapûi, “ Levanta una choza de ramas como habitación y se dedica a toda clase de servicios: cura a los enfermos, visita las casas y, para tener de que vivir, se somete a trabajos de esclavo, tales como el llevar agua y leña. Los chiriguanos, al entender sus propósitos, lo amenazan de muerte, lo mandan con altanería y se mofan de él.

Al ver el comportamiento del religioso, algunos caciques le permiten construirse una habitación más adecuada; pero, estando esa a medio construir, le prohíben terminarla. Fray Francisco contesta que la ha empezado con su autorización y que no ha hecho algún mal. Si bien toleran la conclusión de la obra, no dejan de afirmar tajantemente ‘que no querían ser cristianos y exponerse a tener que pagar tasas como los quechuas a los españoles’ (Calzavarini L., La Nación Chiriguana: grandeza y ocaso, Cochabamba, 1980).

En 1766 se realiza la conversión del capitán Romi de tradición chané. La ruptura de la “aculturación guerrera” entre guaraníes y chaneses se había dado y generaba una peligrosa división.

Los franciscanos la subsanaron recomponiendo un universo de unidad en la reducción misma. Para su realización se requería el pedido de algún cacique, la donación de tierras, la aceptación de la autoridad del franciscano, la economía colectiva y la obligación de la escuela para los niños y niñas. No se exigía ser el cristiano.

La definición de la reducción como “misión” no es adecuada: la “misión” era parte de la reducción como espacio del anuncio evangélico. Se dio el caso que celebraciones del matrimonio religioso sobrevino a los diez años de la fundación reduccional. Éstas, en el año 1810, eran: Salinas. Acero, Piraí, Cabezas, Abapó, Centa Argentina) Florida, Tucurú, Igmiri, Zaipurú, Mazavi, Iti, Tayarenda, Igüirapicuti, Tacuaremboti, Itau, Pirití, Obaig, parapeto, Tapuitá, Tapera, Tariquia.

En la República, desde 1846, el impulso misionero franciscano se canalizó en el departamento de Tarija, mientras que la parte de Isoso y Cordillera fueron espacios de los franciscanos de Potosí (1873). Las reducciones fueron secularizadas a partir del año 1905 por voluntad del gobierno de Bolivia; y la Santa Sede, para mantener la unidad de la nación guaraní, creaba en 1919, el obispado de Cuevo.

Las grandes identidades regionales indígenas se mantuvieron bajo la configuración eclesial: Isoso, Parapetí, Cuevo, Ingre, Tarairí, Macharetí, San Francisco Solano y San Antonio (hoy Villamontes); en 1924, Yacuiba, Itau, Caraparí y Entre Ríos fueron integrados a la diócesis de Tarija. Noctenes (wanayek), tobas y chorotis vivían en el triángulo del Pilcomayo, Bermejo y río Paraguay. Eran poblaciones de economía de caza, pesca y agricultura de “roza y quema”.

Por la precariedad económica se movían en grupos reducidos y en unidad política, cultural y lingüística dispersa. Después de la exploración de 1862 del río Pilcomayo, guiada por el Padre José Giannelli, en los años de 1884 se realizaron otras exploraciones sustentadas por el gobierno central de Bolivia en el afán de consolidar una línea de aguas, que desde Tarija llegara a Buenos Aires.

Estas aventuras combinaron con la tristeza de aquellos tiempos, que culminó en la decisión de la secularización de los reducciones (1905). Las horas obscuras pusieron dramatismo en los rostros de los personajes que sustentaron la lucha desde la otra orilla.

Sólo los testimonios de las personas, que convivieron con ellos, más allá de la contraposición, captaron el “sentir” de los pueblos originarios, reflejado en el valor de sus grandes capitanes. Los cánones de resistencia al avasallamiento se dieron de dos formas: la una guiada por los profetas y la otra por algunos capitanes territoriales. La figura del profeta era esencialmente religiosa.

No estaba ligado a ningún territorio específico, dirigía las fiestas proclamando las “bellas palabras” del mito y vivía apartado, manteniendo una situación formal de celibato. Su libre tránsito en las varias capitanías le permitía aglutinar el énfasis de todo el conjunto guaraní.

En las situaciones de lucha asumía el título de Tunpa (hombre-dios), lo que unía el énfasis religioso con la dimensión política. En la definición de “dios fingido” de las fuentes misionales, podemos incluir a Aruma en su acción de 1727, que desde Salinas (con el martirio de tres padres dominicos en 1727, y del jesuita P. Lizardi en 1735) se extendió a todas las tierras chaqueñas.

La reacción al régimen reduccional fue conducida por Chindica y Guaricaya. Se enfrentaron a Fray Pilar en Pilipili y en las sucesivas reducciones de la Cordillera. La postura contraria fue mantenida por Maruama que, si bien no integrado en la reducción, defendió a los franciscanos frente a las acusaciones de Francisco Viedma.

Los mismos modelos de resistencia, si bien en situaciones apremiantes de defensa de las tierras, se repetieron en la república. Su modelo más conocido es el Tunpa Apiaguaiki, que guió la insurrección de Kuruyuki en 1892. Otra figura es Mandeponai de Macharetí, que defendió el régimen reduccional y vivió en él sin ser cristiano.

Diferente fue la reacción de los tobas, noctenes y chorotis a lo largo del Pilcomayo. Las reducciones de San Francisco Solano (Villamontes) y San Antonio (Villamontes) no tienen vida sin la participación guaraní. Sus nombres aparecerán, sobre todo, en las circunstancias de las exploraciones como acciones de d efensa. Con su silencio, murió e l Pilcomayo.